El niño malo cuenta hasta cien y delira

Entre los inesperados efectos del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela cuenta la proyección que ha experimentado la industria editorial en el país en la última década. A pesar de la escasez de material y la imposición de precios astronómicos, el negocio de la lectura ha visto un enorme crecimiento, impulsado por el voraz apetito del público en general por adentrarse en los pasillos de la historia, y cementado, a su vez, por la consolidación de grandes editoriales (Mondadori, Alfaguara, Ediciones B) en el mercado nacional, así como por la aparición de nuevos sellos independientes (Todtmann, Puntocero, Lugar Común) que se suman a la importante red de divulgación auspiciada por el estado (Monte Ávila, Ayacucho, El Perro y La Rana).

 

Como es de esperarse, este crecimiento en el sector se ha visto reflejado en el número de autores que han surgido en este período de tiempo con nuevas propuestas, a menudo arriesgadas. Juan Carlos Chirinos (Valera, 1967) es uno de ellos, y El niño malo cuenta hasta cien y se retira, su primera novela, es un experimento estético que avala precisamente este proceso de sofisticación literaria del que vengo hablando. Publicado originalmente en Venezuela (Norma, 2004) y finalista del prestigioso Premio Rómulo Gallegos en 2005, El niño fue retomado recientemente por la editorial española Escalera, quienes lo han publicado por primera vez en el viejo continente.

 

El niño… cuenta la historia de un joven dj de una estación radial de Caracas, quien se ve obligado a abandonar la ciudad que, con su rutina y con su hastío, lo ha convertido en un criminal. D.Jota (así se hace llamar el dj) se dirige a la estación de autobuses, toma el que más le conviene y aparece, algunas páginas más tarde, en el entorno frío e invernal de una escandinavia imagiaria. Aquí empieza un tributo verdaderamente sentido a quizás el más influyente de los escritores venezolanos del último cuarto del siglo XX, Eugenio Montejo, quien añoraba la nieve que nunca cayó en su Caracas natal y quien propuso con insistencia una dimensión espacial en la que interactúan lo que está y lo que no con una naturalidad absoluta.

 

 

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Juan Carlos Chirinos

Es este el espacio en el que se mueve El niño…, que al fin y al cabo no es tan malo como parece. Las aventuras esquizoides de D.Jota lo llevan a las puertas de la casa de Derdriu, una abuela que ha pactado con el tiempo para que este no pase en su presencia, y su nieta, Fanny, una pastorcita adolescente que, como la mayoría de ellos, alterna entre la belleza y la fealdad, entre la dulzura y la imptertinencia con una rapidez espantosa. Entrelazadas con la historia de D.Jota están las crónicas de Eugenio, el abuelo de Fanny, un forastero trotacaminos que en otros tiempos coincidió en un puerto de marineros con Svevo, patriarca y cuentacuentos de aquel Pueblo noruego, sueco o finlandés en el que se encuentra D.Jota. Eugenio, el personaje, enlaza la narración consigo misma y hace pensar que Svevo en otra vida (literaria) se llamó Tomás Linden, aquel heterónimo que Montejo utilizara con frecuencia y quien, en sus propias palabras, “hablaba el castellano con catorce sílabas en la cabeza”.

 

El efecto definitivo de todo este enarimado literario es, en última instancia, un fracaso. No porque Chirinos haya sido demasiado ambicioso a la hora de construir su texto -que también-  sino porque, una vez con las herramientas en sus manos, el autor ha vacilado a la hora darle una dirección definitiva a su texto. Este devaneo se hace especialmente evidente a partir de la segunda parte del escrito, cuando el narrador se identifica completamente con D.Jota. La consecuencia de esta transmutación obliga al lector a emitir juicios que el narrador omnisciente había dejado suspendidos, como por ejemplo acerca de la habilidad de la gente del Pueblo en general, y de Fanny en especial, de hablar el castellano a la perfección pero no entender el dialecto venezolano.

 

Sin lugar a dudas, el aspecto más encantador de El niño… ronda en torno al catálogo cultural que Chirinos construye en la caracterización de su personaje. Desde Bola de Nieve hasta Willie Colón, pasando por Pulp Fiction, El perro del hortelano, leyendas indígenas venezolanas, y hasta una canción de cuna inglesa El niño malo cuenta hasta cien y se retira esboza un amplio mapa cultural que hace de su lectura un ejercicio más entretenido que coherente. Y, al fin y al cabo, ¿no es eso lo que buscamos en un libro?

 

 

PUBLICADO POR EL NUEVO HERALD DE MIAMI EL DOMINGO 7 DE AGOSTO DE 2011.

 

 

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