La contraportada de la nueva edición de El libro de Esther (Lugar Común, 2011), de Juan Carlos Méndez Guédez, coloca al autor venezolano en medio de una selecta tradición literaria “(Salinger, Bryce Echenique, Massiani) que ha visto en la adolescencia el reino perdido de donde provienen todos los esplendores y todas las derrotas de la vida”. Es este el contexto en el que se debe entender el término “juvenil” frecuentemente ligado a esta obra; es decir, no como una novela de jóvenes, ni para jóvenes, sino como una novela en la que la juventud desempeña un papel fundamental, aunque no protagónico.
De hecho, el protagonista de El libro de Esther, Eleazar, es un chico sumido en la más profunda crisis de los 30, ahogado en una relación desgastada por el tedio y la rutina, frustrado ante las privaciones de una vida laboral que se revela cada vez más determinada por los caprichos de su editor en el periódico, en definitiva, atrapado por la intrascendencia de su vida, la cual imperceptiblemente ha dejado de ser un riesgo, una amenaza, para convertirse en una aplastante realidad. Y, sin embargo, la tragedia de Eleazar, vista desde sus propios ojos, no radica en el hecho de que su juventud se ha perdido en esta miasma de mediocridad, sino que durante la evolución de su destino, él no ha sido más que un impotente pasajero, incapaz de tomar las riendas de su vida, o siquiera de esbozar un itinerario de su rumbo.
Precisamente, es la esterilidad de Eleazar el recurso que el autor utiliza para escenificar el giro que dará la vida del protagonista, quien se ve acosado por el reloj biológico de su esposa. Salvado por la suerte de los peñascos de una vida familiar “normal”, Eleazar encalla en nuevas derrotas cuando su mujer lo abandona por otro que en pocos meses la impregna con lo que ella más añora: descendencia. Guiado por la psicosis patológica de un protagonista con el que jamás se logra empatizar, el relato se aleja junto a él de su propia vida, perfilando un divertido suicidio profesional que sirve de preámbulo para el escapismo de Eleazar, quien busca en la memoria de un amor platónico y colegial la excusa para abandonar las coordenadas de su existencia.
Es aquí cuando El libro de Esther cobra mayor vida. Un relato eminentemente atmosférico que confunde los hechos con la percepción que de ellos tienen sus protagonistas, y que a menudo se adentra en los más profundos confines de la caracterización psicológica, Méndez Guédez finalmente consigue cautivar al lector con la relación, casi esquizofrénica, de Eleazar con su mejor amigo de la infancia, el difunto Carlos Jesús, quien, en una jugada que solo el primero de ellos consideró desleal, se hiciera pareja de Esther en un pasado remoto. Eleazar, inmerso en un viaje sin sentido que lo lleva a los carnavales de Tenerife en busca de la tal Esther, carga a cuestas el recuerdo de Carlos Jesús, desdoblándose sutilmente en sus conversaciones imaginarias con el muerto.
Menos exitosas son las tentativas de la novela por ambientar las fiestas canarias y por reproducir el candor de la amistad espontánea y esplendorosa que surge entre el protagonista y sus huéspedes tinerfeños. Sin embargo, existen detalles que alumbran la lectura con destellos de genialidad: Villalba, el jefe de Eleazar, es un personaje de lujo, y el oráculo canario que devela al protagonista el camino a seguir es un artificio elegante y sofisticado que enriquece el texto y su lectura.
Sin embargo, el rotundo éxito editorial que ha significado la reaparición de El libro de Esther en Venezuela (la novela fue publicada originalmente en 1999) llama la atención por dos motivos que trascienden el texto: el primero es que, en un mercado editorial que desde siempre (pero en los últimos diez años aún más) ha estado obsesionado con la vida política y la realidad histórica del país, El libro de Esther, así como Etiqueta Azul / Blue Label de Eduardo Sánchez Rugeles, representan un alivio que acaso presagie un cambio en las preferencias literarias venezolanas. La otra es que, impulsadas por el auge editorial que se ha vivido en Venezuela en los últimos años, han surgido nuevas iniciativas como Lugar Común, la casa editorial que publica El libro de Esther, y que ha producido un ejemplar impecable, dócil al tacto, de fácil lectura y, lo más importante de todo, impecablemente editado.
En los doce años transcurridos entre las dos ediciones de la novela de Méndez Guédez muchas cosas han cambiado en Venezuela, y su texto a veces es víctima de esa circunstancia. Sin embargo, a nivel literario, la reaparición y la extraordinaria acogida que ha tenido El libro de Esther en Venezuela este año no es menos que una noticia estelar, una revolución a todas voces, un gran titular.
RESEÑA COMISIONADA PERO NO PUBLICADA POR EL NUEVO HERALD DE MIAMI EN 2011.