Contribución al proyecto “54 semanas”

Hace un tiempo me contactó Erik Molgora para solicitar mi colaboración en su blog, “54 semanas“, descrito por él mismo como un espacio “en el cual a partir de una foto mía la gente de letras y palabras pone un texto de un máximo de 1000 palabras.” El resultado de este ejercicio ha sido la siguiente “Ofrenda“:

Debería ser rutina. Algún día lo será. Hoy es simplemente el primer día –la jornada de iniciación, el primer partido de la temporada. El frío tampoco ayuda –ya es bastante con la inhibición. Los hermanos Berezutski, a la izquierda, son demasiado pequeños para afrontarlo. Ellos sólo observan, espantados, produciendo un caudal de excusas –no hemos comido, no tomamos ni agua, salimos de casa volando por no llegar tarde– mientras se preguntan en silencio si las estrellas incluidas en su álbum “Panini” también acostumbran cumplir con este tipo de rituales.

El pelusa, en medio, sufre las mismas congojas, pero su condición de diez, de héroe, de crack ha permeado su personalidad a tal punto que evidenciar flaquezas no es, ya, una opción. Así pues, él aparenta, sin más ni más, que todo está en orden, que sus testículos no se han recogido, que su escroto no está plegado, que no siente su maquinaria más cerca de su tráquea que de su ingle, que su miembro no se encuentra reducido al tamaño de un frijol, y que lo que sostiene en sus manos no es sólo la piel, trémula, temigosa, que no tendría, si acaso fuera un semita circunciso.

En cambio, Hugo (no ese Hugo: el otro, el previo, el mítico, el “macho” Sánchez), a su lado, se pudre de los celos, de la envidia, al notar de reojo que alguna rama desbocada en la precaria selva de vello púbico del grandulón de al lado escapa el yugo de sus calzoncillos “Ovejita”. La necesidad agónica de responder a la osadía del gorilón con una clara y enfática victoria en esta sucia tarea a la que se enfrentan lo hace humear al pobre, como un generador sobrecargado o un electrodoméstico a punto de estallar.

Mas, ¿quién puede con Iván Ramiro Córdoba? El chico es un arrogante, un prepotente –tal vez sea una consecuencia de su estatura, quién sabe– pero no hay quién lo saque de sus casillas. Inclusive su postura, algo ladeada, apuntando hacia su izquierda, tiene un dejo de irreverencia: allí, y a esta hora, está dispuesto a que lo vean; a mostrar su glande deforme y morado; a exhibir su prepucio oscuro, casi negro, como si le perteneciera a otra persona; sobre todo, a ufanarse de tener de sobra aquello que los demás añoran: pelos en la pelvis, signo inequívoco de virilidad.

Por un instante, la escena se congela: nadie pronuncia palabra alguna, todos están a la espera de la primera gota que rompa el hielo. Pero eso dura tan sólo unos segundos. La oportunidad dorada de Hugol se pierde en el vacío de su uretra cuando Córdoba, como todo un profesional, tensa sus abductores internos, ejerce presión con sus glúteos y facilita con sus dedos índice y pulgar el paso del líquido por sus ductos internos.

Debería ser rutina, pronuncia el capitán. No importa qué actividad se lleve a cabo, nunca podrá ser exitosa si no se aplaca antes la ira de la madre tierra. Por eso, bien si están por abrir la cuarta de whisky en un matrimonio, o a punto de saltar al terreno de juego, la primera ofrenda ha de ir a los suelos. He allí un capitán, piensa el menor (por segundos) de los Berezutski, el zurdo; he allí lo necesario para poder jugar en la retaguardia de un equipo y, aún así, llevar botines rojos. Hoy es simplemente el primer día, piensa, mas no se atreve a acotar. Pero no te apures, que algún día lo será.

 

Muchos otros ejemplos de estos curiosos híbridos habitan en su blog: erikmolgora.blogspot.com.

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